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Maradona es una especie de parámetro. De parámetro de la vida. Como figura enorme que es, no hay lugar para terceras opciones, grises o medias tintas: se lo ama o se lo odia. Y la medida de ese amor o de ese odio no es Maradona per se, sino más bien la naturaleza propia e íntima de aquellos que se adscriben en uno u otro bando. Se lo odia por su vida privada, que de privada ha tenido poco; se le enrostran hijos abandonados, se le acusa de ser un adicto, de haber tenido romanc es extramatrimoniales, de ser soberbio y la lista sigue. Quiénes profesan este odio? Mujeres que gustan del chimento, de los programas de la tarde, que de fútbol tienen poca o nula idea y más bien han pasado sus días con una esponja Mortimer en la mano a la espera del rescate salvador de Mr. Músculo. También hombres que raramente han rozado con el pie algún objeto con forma esférica y que lo único que han pateado en su vida son las patas de los muebles en plena madrugada y bajo una completa oscuridad. Cualq...
La gente ama a los perros. Obviedad incontrovertible. Les endilgan frases heroicas como "Sentí su corazón, ese sí late por vos"; "El mejor amigo del hombre"; "Más conozco a los hombres, más quiero a mi perro". ¿Por qué ocurre esto? Porque son una legión de cobardes. Exigen un amor platónico, la idea perfecta del amor: inmutable, constante, presente; no su manifestación contingente. Exigen un amor romántico -pero no romántico a lo Lord Byron: más bien a lo Bécquer-: desmesurad o, sujeto a demostraciones continuas, gráfico hasta lo teatral. Son cobardes que no aceptan el amor de los humanos que, pudiendo amar a otras personas, eligen a alguien por sobre los demás. Pero es un amor imperfecto, mutable, frágil, supuesto. Y proporciona un vértigo sin parangón: el de esfumarse en un instante y ser una sombra inmediatamente. Por el contrario, el amor de los perros es un amor dependiente, que otorga la seguridad de lo previsible, un amor fácil de anticipar que da l...
Alexander Bakhirov. Fragmentos desde el oriente europeo (...) el ensayo de marras, anunciado con gran pompa por los secuaces de Vodelic en el invierno de Ostrava, no permitía refutación alguna: a una quirúrgica prolepsis seguía una argumentación impecable sobre la ideología libertaria de los proscriptos. Como agregado innecesario pero ciertamente muy efectivo, había una suerte de narración de los días en que gobernaba Zemanek: censura preventiva, ensañamiento ideológico, persecución racial y los tan famosos procesos judiciales sumarios. Éstos últimos consistían en la detención forzada de cualquier sospechoso, su traslado inmediato a los gulags de la Taiga y la posterior condena final. Bodelic sabía que esto molestaría sobremanera a Zemanek; esa conciencia lo hizo escapar de Ostrava durante una noche de nevisca y refugiarse en un hotel portuario de Sebastopol.  Cuatro años después los afiches con la cara de Bodelic seguían decorando en segundo plano las calles y comercios d...