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Antes de cruzar el puente

Éste será el refugio. La guarida lejos de la exposición. A nadie le importan mis palabras; entonces, ¿para qué mostrarme? Éste será el reducto alejado, aquel norte helado que estuve persiguiendo en los días de 2007. Todo se irá acumulando, sedimentando, apilando. Habrá ejercicios, habrá experimentos, habrá ensayos, pruebas, intentos. Pero siempre seré yo y mi abismo. Y me voy a reflejar tantas veces que terminaré curado de tanto ver el vacío oscuro y perturbador. Nada. Nada más por el momento

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La gente ama a los perros. Obviedad incontrovertible. Les endilgan frases heroicas como "Sentí su corazón, ese sí late por vos"; "El mejor amigo del hombre"; "Más conozco a los hombres, más quiero a mi perro". ¿Por qué ocurre esto? Porque son una legión de cobardes. Exigen un amor platónico, la idea perfecta del amor: inmutable, constante, presente; no su manifestación contingente. Exigen un amor romántico -pero no romántico a lo Lord Byron: más bien a lo Bécquer-: desmesurad o, sujeto a demostraciones continuas, gráfico hasta lo teatral. Son cobardes que no aceptan el amor de los humanos que, pudiendo amar a otras personas, eligen a alguien por sobre los demás. Pero es un amor imperfecto, mutable, frágil, supuesto. Y proporciona un vértigo sin parangón: el de esfumarse en un instante y ser una sombra inmediatamente. Por el contrario, el amor de los perros es un amor dependiente, que otorga la seguridad de lo previsible, un amor fácil de anticipar que da l